Guatemala
La historia reciente de Guatemala está marcada por la violencia de 36 años de conflicto armado interno que no terminó hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1996.
El impacto del conflicto sobre la población civil fue escalofriante. Cientos de comunidades campesinas, en su mayor parte indígenas, fueron arrasadas, dejando un saldo de más de 250.000 muertos y 1.500.000 de refugiados y desplazados internos que durante décadas sufrieron graves violaciones de sus derechos más elementales. Cientos de miles de personas salieron al refugio en México. Otros grandes contingentes se refugiaron en las montañas para salvar sus vidas, dando lugar a las Comunidades de Población en Resistencia (CPR). El resto, la mayoría, emigró a otras regiones del país o a la capital.
Durante este periodo, y especialmente durante los años 1981 y 1982, cuando se cometieron la mayoría de las masacres, el cuerpo de las mujeres indígenas no fue más que la prolongación del campo de batalla, simbólico y literal, sobre el que se buscaba continuar agrediendo al enemigo masculino, tratando de deshonrarlo, de desmoralizarlo. Las mujeres fueron víctimas de todas las formas de violación a derechos humanos, pero además sufrieron formas de violencia específicas de género.
La desproporcionada respuesta contrainsurgente afectó a todas las esferas tradicionales de la convivencia social, política, económica y cultural de los pueblos indígenas guatemaltecos. Se rompieron las estructuras sociales y étnicas, concentrando de manera forzosa a la población. La actividad económica, de producción y comercio, vio destruidas sus redes y canales establecidos. Las pérdidas económicas de la población afectada fueron enormes, teniendo que abandonar las tierras heredadas por generaciones.
Con el fin del conflicto armado todas estas personas iniciaron un proceso de reasentamiento y retorno muy complejo, que aún no se ha completado y que sigue sin permitir a cientos de comunidades contar con las tierras suficientes para su supervivencia en condiciones de dignidad.
A todo ello hay que sumar, especialmente durante los últimos años, la brutal agresión que están sufriendo los territorios indígenas por parte de las transnacionales extractivas (mineras, madereras, hidroeléctricas) y de un modelo agrario exportador basado en la producción de monocultivos extensivos. La imposición de la globalización neoliberal está dando lugar a un nuevo despojo territorial y está provocando severas violaciones de los derechos humanos, individuales y colectivos, de los pueblos indígenas y de la población en general.
Frente a esta situación, la asociación opta por centrar sus esfuerzos en el acompañamiento a los pueblos indígenas del país, en la construcción de un modelo de vida alternativo para toda la sociedad, como vía para la transformación democrática de Guatemala y la consecución de una paz firme y duradera.
Para ello, la estrategia de Perifèries delimita sus acciones tanto a nivel geográfico (poblaciones indígenas del noroccidente del país), como sobre todo a nivel sectorial, centrándose en la comprensión y acompañamiento a las propuestas que surgen desde y por las comunidades, tanto en el plano social, como en el del desarrollo económico y que se centran básicamente en el Buen Vivir (soberanía alimentaria, autogestión económica y territorial), y en el Buen Gobierno (autoridades propias, derechos humanos, participación social).